La historia de las plazas de mercado de Bogotá es referente de resistencia, de batallas constantes contra una multitud de actores que, de una manera u otra, preferirían su extinción a partir del concepto dicotómico de las grandes superficies con sus productos seleccionados de calibre, tamaño y forma perfecta, acompañada de una identidad y lenguaje gráfico igualmente prolijo, diseñado y pensado para rememorar la imagen de una ruralidad idílica donde todos los tomates pesan ciento cincuenta gramos y las papas crecen en la tierra, pero no se ensucian.