Una de las grandes preocupaciones de quienes se dedican a la educación en derechos humanos y a su investigación es precisamente el poder establecer las formas como las instituciones escolares, dentro del sistema educativo formal, practican su enseñanza, la forma como elaboran sus currículos, las practicas pedagógicas a las que recurren y la manera como se construyen los ambientes que posibiliten su vivencia y a la vez contribuyan a la construcción de una cultura democrática que apunten a la convivencia pacífica y a formas ciudadanas críticas, reflexivas y participativas. Pero este vistazo no puede hacerse de manera descontextualizada ni aislada, así como tampoco focalizada, existe un contexto universal sobre el que ha de volverse para tener una mayor precisión de lo que ocurre al interior de la escuela en cuanto a su enseñanza y prácticas que la acompañan. Aproximarnos a tener una mirada sobre la educación en derechos humanos, desde la globalidad, nos obliga a hacer un ejercicio de historicidad pues la misma no emerge de las convenciones, pactos y acuerdos internacionales, sino que su sustento esta en los orígenes mismos del proyecto de modernidad y de la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano producto de la revolución Francesa, pues desde allí, y desde la configuración de los estados naciones, se emprende una serie de luchas y vindicaciones por la constitución misma de nuevos derechos, sus reivindicaciones, la ampliación de cánones democráticos que apuntan a la construcción de un proyecto político más allá de la modernidad, que para algunos pude ser leído desde la búsqueda y constitución del socialismo, con su proyecto hegemónico de dictadura del proletariado, para otros como la construcción a largo plazo de una sociedad fundada en el comunismo y más recientemente como la creación de una nueva democracia fundada en el radicalismo.