A finales del siglo XVIII nació un movimiento cultural que catapultó la irracionalidad, dándole una mayor importancia y comprensión. Junto a él se construyó una percepción de hombre que iba mucho más alejada de la racionalidad a la que estaban acostumbrados los ilustrados, por lo que se generó una fisura de pensamientos, ya que no se quería aceptar que el hombre pudiera llegar a ser cambiante. El Romanticismo fue la cuna para el ‘sujeto romántico’, una concepción en donde el hombre debía buscar su propia originalidad y, así mismo, relacionarse con la naturaleza sin dejar de lado sus ideales. Esa concepción de hombre no está alejada de la realidad, ya que marcó el desarrollo de los personajes que se construyeron en las obras que serían parte del Romanticismo. Lo que ellos querían demostrar era que, sin importar las circunstancias, los hombres eran completamente irracionales y que sus elecciones y acciones tenían que ver con ello. Por lo tanto, el ‘sujeto romántico’ plantea la idea de un hombre cartesiano que se va fragmentando hasta el grado de no reconocerse así mismo y que, la mayoría de las veces obtiene su descanso de manera muy trágica.