Podría decirse que la época actual es un momento histórico que pide a la humanidad la altura del ejercicio y el latido de su corazón como el mejor ejercicio físico para poner en forma su alma, el cuerpo y la estructura total de su ser personal. Los sentimientos y su paisaje interior parecen observarse en este trecho del río vital de nuestra humanidad como un “amor líquido” (Bauman, 2005): al mismo tiempo que fluyen los afectos humanos, están por un lado en “liquidación” porque se han rebajado debido a la alta demanda y a que algo parece estar terminándose1 en la persona humana; por otro lado, la afectividad completa parece sufrir un proceso de “licuefacción”: se nos escurre el alma por entre las entrañas del corazón, como si nos fuera más fácil, necesario y hasta consciente el hecho de sentir, apasionarnos, emocionarnos, dejarnos afectar por las cosas, por las personas e incluso por las situaciones límite en que nos pone la vida a veces. La posmodernidad líquida se nos aparece como el momento