Con el pasar de los años, desde la niñez hasta la pubertad, incluso hasta la madurez, se tiene un concepto vago del propósito del trabajo. Cuando éste se idealiza con una visión poco consiente de su origen, esta actividad se confunde con una necesidad vaga de consumismo en un mundo con estereotipos poco reales y doblegados por sofismas. Un mundo en el que las necesidades básicas del ser humano se transforman en el mundo de otros. Esos otros para quienes somos invisibles como personas. Se trata de un mundo en el que se esclaviza al ser humano en razón de un propósito estereotipado de crear una competencia en desigualdad de condiciones con otros actores de la sociedad. Cuando la verdadera finalidad del trabajo se desvanece, el hombre, por pretender alcanzar el sofisma, se transforma y pierde en el contexto mismo, propiciando también la pérdida de sus valores y de su familia.