No está muy claro, en el complejo contexto universitario, cuáles son las diferencias entre investigación e innovación. Hay consenso en que la palabra “investigación” se relaciona con la producción científica de conocimiento, pero cuando se habla de “innovación” surgen varias opciones: la primera es meramente técnica y se comprende como la habilidad para construir elementos capaces de satisfacer algunas necesidades; la segunda añade la noción de transformación: no solamente se trata de solucionar una necesidad, sino de cambiar la forma de actuar en el mundo o de entenderlo; la tercera, enmarcada en el contexto actual, añade que debe ser potencialmente rentable. Sin embargo, esa concepción de la innovación resulta insuficiente para aplicarla de una manera clara en las universidades actuales. Por eso se hace una propuesta dirigida a entender tres formas de innovación que no son excluyentes entre sí y que ofrecen la posibilidad de integrarse con los procesos sociales para lograr modificaciones a largo plazo: la innovación tecnológica, relacionada con el sentido que se describió arriba; la innovación social, que busca reflexionar sobre la formas de interacción y diálogo social con el fin de generar cambios a partir de criterios de sostenibilidad, solidaridad, legitimidad política e inclusión social y la innovación cultural, basada en la resignificación de tradiciones, símbolos y valores importantes para una comunidad que permite comprender su impacto y propiciar diálogos interculturales. A lo largo de toda esta construcción algunas reflexiones ahondan en la técnica, la ética y la política, que buscan ampliar estos conceptos a todas las áreas científicas del conocimiento. Finalmente hay una apuesta por expresar la necesidad de crear políticas diferenciales de investigación e innovación, aunque sean dos dimensiones íntimamente ligadas, con el fin de producir reformas a largo plazo de la misma manera como se concibe la investigación universitaria.