Los pueblos como el nuestro no piden grandes realizaciones a sus gobernantes. Si en el encargo de gobernar se obra con probidad, si la orientación de quienes han sido diputados para ello busca esencialmente distribuir beneficios a favor de los más pobres entre los gobernados, la satisfacción popular es obvia y la eficacia de la administración pública resalta delante de todos. Pero qué difícil está siendo el trabajo administrativo, que abusa de facultades legales y las desvía para medro personal, fenómeno cada día más acentuado y más preocupante.