Detrás de un muro, el mar, da cuenta de un ejercicio poético y corporal a través del cual se reconstruye una casa que ya no existe partiendo de los recuerdos, del extrañamiento de sus formas, de los relatos de algunos de sus antiguos habitantes. El hecho de reconstruir una casa que ya no existe., de verificar su inexistencia, de extrañar sus fronteras, sus muros y sus tejas, es un ejercicio meramente emocional. No hay rastro de los árboles de su jardín. No queda huella de su forma, ni tamaño. No se puede adivinar su altura, no se puede comprobar el número de espacios que la conformaban. Solo se puede uno aferrar a los recuerdos, a unas cuantas fotografías y a relatos de algunos de sus habitantes, así fueran temporales. No se tiene a la mano fuentes certeras del año de la demolición, fragmentación, desaparición. Los recuerdos han ido redibujando de a retazos los espacios, algunos con mayor claridad que otros. Ahora el cuerpo trata de abarcar su espacio, de bailar su sonido, de encontrar su eco. Ahora se puede encontrar el mar detrás del muro del palo de mango, se puede subir al columpio y ver desde ahí el río Magdalena. Ahora se puede saltar en el corral de las gallinas. Ahora se puede ser una iguana y pasar por las ramas de los árboles a las casas vecinas. (Texto tomado de la fuente).