Los juegos han sido reportados como escenarios propicios para la reflexión sobre la convivencia pero su uso con objetivos de intervención debe considerar ciertas precisiones. Si bien su potencial incluye propiedades que facilitan el distanciamiento, el desarrollo de competencias cognitivas y sociales, el seguimiento voluntario de reglas y el análisis estructuras de poder, estos beneficios no se presentan sólo por proponerlos como actividad central de intervención educativa. Los cambios en el desarrollo social o en los niveles de reflexión de una comunidad acerca de sus propias prácticas no responden a una contingencia determinista directa. El psicólogo educativo debe generar espacios que inviten a la reflexión y al seguimiento continuo. Estas conclusiones surgen de experiencias de practicantes y profesores de psicología que han incluido juegos en sus propuestas de intervención educativa. Se proponen investigaciones que logren sistematizar los resultados de estas experiencias para medir los verdaderos alcances del juego en diferentes contextos, de forma que su uso no se traduzca en procedimientos mecanizados dentro de las propuestas de practicantes y profesionales de psicología.