Quiza usted haya conocido a personas con nombres singulares: Calendario, Doriangrei, Email, Usnabi, Willisford y muchos otros –le decia un taxista a un sacerdote, mientras lo transportaba del aeropuerto a su parroquia en la ciudad de Medellin–, pero imaginese a alguien que no se llama de ninguna manera, que no tiene nombre. El siguiente caso me sucedio hace una semana, y fue tal mi impresion que siento una imperiosa necesidad de relatarlo a todos mis pasajeros.