Cada día influye más en la sociedad el apabullante fenómeno contemporáneo de la comunicación, cuyas tecnologías avanzadas absorben las audiencias ávidas de noticias. Estas les llegan en cascadas minuto a minuto, cuyo conjunto reúne los más variados temas, que, caen sobre los oyentes o los videntes sin medida ni consideración, al parecer sin confrontar las fuentes originarias de los heterogéneos componentes difundidos. Aumenta la competencia por rodear de sensacionalismo el informativo que se lanza, trátese de espectacularidad porno ó semiporno, deflagraciones que presentan ruina total y desamparo consiguiente frecuentemente exagerado; cuando no disturbios o violencias callejeras que al ser repetido en diferentes horarios da la impresión de una lucha generalizada y atroz. El gusto por la catástrofes es algo que debiera estudiarse porque asume morbosidad visual, para indicar que la sociedad no tiene salvación, está devorada por el mal. Espacio predilecto se concede a lo anecdótico, lo superficial, lo que nada enseña ni ofrece provecho para el atónito telespectador. Se padece de una información de espectáculo, patética, deliberada y desesperante, que desconoce la moderación y el equilibrio delante de los niños o los enfermos. Después aparecen en diversos escenarios los teorizantes para tratar de explicar el stress colectivo así suscitado, y que predomina en los diferentes estamentos sociales.