(Oracion funebre pronunciada por su autor en la Basilica de Medellin, con motivo del traslado de los restos de Monsenor Marulanda a ella). Exordio Los dogmas cristianos tienen el encanto de saturarnos en la esperanza y de consolarnos en este valle del destierro. Cada una de las verdades confesadas por nosotros, segun el simbolo de Nicea, humanizan la vida, glorifican las cunas, nos enlazan con los seres que nos precedieron en la peregrinacion y tornan amable la existencia. Los incredulos no tienen paz porque no llevan a Dios en su corazon; los; impios carecen de reposo interior al desalojar de su espiritu las verdades que hacen la existencia expiatoria y los que se alejaron de la casa paterna, no regresaran a su propia dignidad mientras coman los residuos debajo de las encinas del desierto. (…)