El cielo se parte en dos cuando te haces consciente de que naces y mueres. Entre uno y otro punto, vives: huyes y te quedas. Si te va bien, en los ratos libres, en tu trabajo, suenas con viajar e irte. Si te va mal, te toca irte corriendo de alli, de donde eres. Estando lejos, te invade la nostalgia. En donde sea que te asientes, como un arbol, echas raices, te arraigas mientras tus ramas se estiran hacia el cielo. Cuando queremos sosiego, miramos el infinito y las nubes. Siempre, cuando viajo, casi siempre, desde el mismo momento en que salgo de mi espacio, se dispara en mi el impulso de “re-tratar” aquello que dejo, aquello que busco. El cielo que antes miraba, me acoge como habitante fugaz, como otro ser que emigra y que se busca en otro cielo y en los otros.