Un amigo mio, hombre profesionalmente muy calificado para hacer catas psicoanaliticas, ha tenido excelentes ocasiones en estos ultimos tiempos, de ponerse en intimo contacto, en sus propios recintos nacionales, con gentes cultas de muchas de las republicas del continente americano. En todas ellas, menos en una, pudo observar un desbordante hervor de simpatia por Espana y admiracion ante la magna obra de los conquistadores. La excepcion es Mejico. En Mejico, soplan, desde hace ya bastantes anos, vientos de franca hostilidad a cuanto se refiere a aquella obra. Abundan alli, sobre todo entre la juventud, los individuos que, fustigados por pintores de indudable genio original, manifiestan, a cada paso propicio, una intensa y rencorosa abominacion por los tiempos de la dominacion espanola. Son indigenistas; es decir, nutren una recia voluntad de mostrarse exclusivamente como descendientes del mundo de Moctezuma cuya civilizacion exaltan, avergonzandose del recuerdo de Hernan Cortes. Sabido es que no existe, en todo el hermoso ambito del Anahuac, ni una estatua del capitan extremeno; no son pocos los mejicanos que hasta rehuyen el acompanar a los extranjeros a la iglesia donde se supone que yace su sepultura. En ningun recodo nacionalista del continente colombino ha dado mas sazonado fruto la leyenda fraguada, en siglos de envidia, por nuestros rivales europeos; en ninguna parte ha cuajado, en forma tan agresiva y duradera, aquella interpretacion peyorativa de los afanes y realizaciones de nuestros comunes abuelos, pues, quieran que no, los abuelos son comunes, acaso mas de ellos que nuestros. Al hablar mal de los espanoles del siglo XVI, de los suyos hablan. (…)