En los albores del siglo XXI, las enfermedades infecciosas constituyen la segunda causa de muerte, la primera de anos perdidos de vida saludable por discapacidad en el mundo y la tercera de muerte en los Estados Unidos. Entre las infecciones que causan mayor mortalidad a nivel mundial, predominan las del tracto respiratorio inferior, el VIH/Sida, las enfermedades diarreicas, la tuberculosis y la malaria (1,2). Esta situacion tan dramatica contrasta con las predicciones de algunos como el “Cirujano General de los Estados Unidos”, William H. Stewart, quien en diciembre de 1967, al contemplar los benefi cios logrados por los antibioticos y las vacunas, declaro la victoria contra la amenaza de las enfermedades infecciosas. Sugirio por tanto, que su nacion debia cambiar su atencion y sus re-cursos hacia el manejo de un reto mucho mas importante como el de las enfermedades cronicas (3,4).La historia reciente de las enfermedades infecciosas se remonta a principios del siglo XX, cuando su diagnostico y manejo requerian por vez primera de una identifi cacion rapida de los microorganismos, acompanada del uso frecuente de la serotipifi cacion y de otras pruebas especiali-zadas. La administracion de antisueros para el tratamiento de las complicaciones de la infeccion y de las que sucedian en cirugia, requerian habilidad, integracion de los servicios de laboratorio y supervision clinica muy estrecha. Todos los medicos, para propositos practicos, tenian que conocer con detalle este tipo de tratamientos. Sin embargo, con el desarrollo de herramientas complejas como el uso de nu-merosos antisueros contra el neumococo, de la necesidad de aislar y de subtipifi car cada cepa, del uso mas amplio del neumotorax y de la toracoplastia para la tuberculosis, ademas de la terapia febril contra la sifi lis, se comenzaron a crear centros clinicos especializados que se apartaban del curso de la medicina clinica general (5).La era de de la quimioterapia especifi ca se inicia en el amanecer del siglo XX con el desarrollo, por parte de Erlich, de los arsenicales para el tratamiento de la sifi lis y de otras sustancias para el tratamiento de enfermeda-des causadas por protozoarios. Debido a que muchos de estos compuestos organicos eran pigmentos que se unian a metales pesados, que luego se liberaban contra los microorganismos invasores, Erlich y sus sucesores continuaron con el estudio de la accion antimicrobiana de estos elementos (5). Posteriormente, en 1935, Gerhard Domagk encontro que un pigmento denominado Pronto-sil curaba las infecciones estreptococicas en animales de experimentacion. Resultados similares se encontraron en infecciones en humanos (6). Luego se demostro que el Prontosil se metabolizaba en el organismo dando lugar a un derivado llamado sulfanilamida.Durante la segunda guerra mundial, un grupo de Oxford, liderado por Howard Florey, reexamino un numero de productos potencialmente utiles como antibioticos, in-cluyendo un derivado del moho