Al caminar por las calles capitalinas siento una melancolia que no es propia de mi edad. En mi se despierta una nostalgia que quiza pueden sentir aquellos hombres que vivieron el dandismo de comienzos y mediados del siglo pasado. Hombres que portaban vestidos de pano oscuro, paraguas elegantes, bigotes bien peinados y sombreros impecables. Un estilo que ahora yace olvidado en medio de los trajines del trafico y las obras inconclusas, pero que permanece vivo en la memoria de quienes fueron sus acompanantes, mujeres, que ahora son nuestras madres o abuelas, y servidores complices de su elegancia.