La vida del nino radica sobre la obediencia. La obediencia no debe confundirse con lo que Bergson llamaba la obligacion moral, aun cuando exista considerable afinidad entre una y otra (1). Pero al llegar a la pubertad se despierta en el hombre un sentimiento nuevo (2). Nos parece que en la pura obediencia nos falta aire para vivir. La imitacion de los mayores, la manera de dimanar que tenia entonces nuestra vida, no nos hace vivir radicalmente. En principio, esta renovacion la comprendemos de una manera oscura, la comprendemos siendola. Nos mueve, mas no nos lleva todavia. Si no se fuerza el sentido de la expresion, diriamos que es como un movimiento sin direccion aun y, una vez instalado en su nueva situacion vital, piensa el adolescente que lo que el es, no puede haber tenido semejanza ni existencia anterior: lo que yo soy es un ser nuevo, unico, trascendente, y este ser mio tengo yo mismo que realizarlo. Comprendo entonces que la obediencia me constituye, pero no me define. Mi modo de vivir, de rezar, de tocar esta mano o este sueno, no puede ser el mismo que tienen los demas cuando ejecutan estas acciones. En esta distincion de mi conducta hay algo mio, y ademas, hay algo solo mio. Porque lo puedo realizar, soy libre. Porque realizo mi mismidad soy el que soy (1). A partir de este instante el adolescente ha descubierto su ser inalienable y personal. Si la ninez comprendia la vida solamente como obediencia, la adolescencia comienza a comprenderla solamente como libertad.