Catarsis para expurgar el bien: en medio de un desborde sangriento que arrasa, de un solo tajo, con la vida de letrados y analfabetos, de ninos, dirigentes o simples empleados, no podemos soslayar la presencia de complejas redes de actitudes y simbolos que atizan el fuego de la intolerancia, volviendonos ineptos para dialogar con la diferencia. Estos simbolos nos poseen, hablando a traves de nuestros cuerpos mientras se alimentan de una milenaria tradicion cultural, dificultando cualquier reflexion que pretenda dar cuenta de la manera como se insertan en nuestras vidas. Las ideas se sustraen, como si atrapadas en un torbellino de afectos no lograran acceder a los escenarios del pensamiento. Por aparecer como el sin-sentido de la voluntad, la violencia se presenta como abismo abierto en el fondo de los mundos, al que solo podemos acceder si nos permitimos una travesia diferente a la sugerida por el iluminismo cartesiano: atento al desprendimiento y a la embriaguez, el sujeto que pretende pensar sobre la violencia debe empezar por rechazar los dictados de la buena conciencia, acosandose y desprendiendose de las representaciones conocidas para ponerse a si mismo en juego como fuerza que se desplaza entre los objetos y los cuerpos.