Si uno observa el modo como los adultos hablan a los ninos, se da cuenta de que lo hacen de muchas maneras y que algunas de ellas pueden ser ‘prototipos’. A veces, sometidos a “Su Majestad el nino”, reciben con melosidad y aspaviento cualquier manifestacion suya: palabras, gestos u ocurrencias. Todo les parece gracioso, divino, tierno, digno de celebracion. Otras, les hablan con excesiva autoridad. Imponen sus ideas, sus palabras, sus criterios, sus decisiones, dejando a los ninos por fuera de cualquier posibilidad de dialogo. De ellos solo se espera que acaten y obedezcan la palabra del adulto, considerada como portadora de la verdad. Con frecuencia los adultos somos sermoneros, cantaletosos. Decimos una cosa no una vez sino muchas y en esa repeticion algo de la verdad o la fuerza que puedan tener nuestras palabras se desgasta.