El escenario de reflexión sobre conceptos tales como el tiempo y el espacio ha sido privilegiado en la historia de Occidente. Estas categorías guardan un trasfondo de significación amplia, que se ha transformado con el paso de los años. En lo que se conoce como Occidente y su producción filosófica, estas categorías tuvieron mucha fuerza, particularmente la correlación tiempo y espacio como vector de la Modernidad. El concepto de espacio, por ejemplo, en el Renacimiento adquiere el carácter de unas coordenadas orientadas a capturar un fragmento de lo real, a través de la extensión de la visión (por el ojo de un sujeto). El mundo se detiene en la imagen de un sujeto que se hace una representación de “lo real”. Buena parte de la alegoría medieval pasa por una imagen que da cuenta del tiempo narrativo de la escena religiosa, tal como sucede en los mosaicos góticos. Pero, a partir del Renacimiento, el punto de vista del sujeto se convierte en el epicentro en el que tiempo y espacio se disponen al juego de la representación.