Históricamente, en virtud de la autonomía negocial el derecho contractual fue erigido esencialmente, aunque no exclusivamente, a partir del principio de la fuerza obligatoria del contrato, de tal manera que, aunque, a priori, nada obliga a las partes a contratar, cuando lo hacen, están obligadas a respetar sus compromisos. Como lo anotaba Morin, “la libertad existe para entrar en el contrato, pero no para salir de él. Si el hombre no se obliga jamás por la voluntad de otros, se obliga por sí mismo. Las restricciones exteriores son reemplazadas por la restricción interior, por la autonomía de la voluntad, es decir, por la dependencia de la voluntad con relación a sí misma, una vez esta se ha manifestado.