Los años noventa representaron para el mundo una época de grandes cambios, tanto a nivel geopolítico como a nivel económico y social. Los modelos de desarrollo que ubicaban a la gran empresa y al sector industrial como las bases de la actividad económica de los países, parecían quedar obsoletos ante el surgimiento y sobresaliente desempeño de unas pequeñas firmas que trajeron consigo nuevos productos y procesos, cambiando drásticamente los modos de producción de las economías y los estilos de vida de las sociedades. Dichas firmas fueron el resultado de la acción de los emprendedores: individuos con capacidades excepcionales, que salvaron a unas economías afectadas por el desempleo, la desaceleración industrial y la baja productividad; problemas que habían sido heredados de la década anterior (Hébert & Link, 1989; Greene, Mole & Storey, 2004; Acs & Szerb, 2007; Huggins, Morgan & Williams, 2015).