Estamos inmersos en un contexto donde ya no encontramos ningún sentido hablar deidentidad, donde reina la incertidumbre y el desconcierto respecto de la imagen del hombre. Enese sentido, esta creciente saturación de la cultura ha puesto en entredicho todas nuestraspremisas previas sobre el yo, convirtiendo en algo extraño las pautas de relación tradicionales.De un tiempo para acá, se han puesto en entredicho todas las premisas tradicionales sobre lanaturaleza de la identidad personal, hasta tal extremo, que los conceptos mismos de verdad, deobjetividad, de saber, y aún la idea de un ente individual, dotado de determinadas propiedadesmentales, de corporalidad, de conciencia, de subjetividad están corriendo el riesgo de sereliminados de nuestro panorama cultural. Y esto significa algo inquietante para nuestra vida encomún. En términos técnicos esto lo llamaría: dilemas y disloques de la identidad. A pesar delpanorama tan aparentemente oscuro, se podría sostener que anejo a este fenómeno, se pareceasumir con gran fervor las nuevas perspectivas que se avizoran. En consecuencia, evitando unescepticismo a ultranza, aceptando la invitación de Solzshenitsyn de “ir hacia arriba” en lasiguiente etapa antropológica, me atrevería a reconocer con Gevaert que, “los problemasantropológicos se imponen por sí mismos, irrumpen en la existencia y se plantean por su propiopeso. No es, el hombre el que suscita problemas; es el propio hombre el que se haceproblemático debido a la vida y a la condición en que vive. La existencia, al hacerseproblemática, requiere una respuesta y obliga a tomar posiciones” (Gevaert, 1995: 14).