Seguramente este personaje controvertido de la historia padeció de esta penosa y poco comprendida enfermedad, que a lo largo de la historia ha permanecido sin doliente. Esto, tal vez, por el poco conocimiento y entendimiento de la misma, así como el desinterés en los sistemas de salud. En mi práctica, aun siendo dermatólogo, con una mirada retrospectiva hago conciencia de en cuántos casos no hice el diagnóstico o tratamiento adecuado por años, pensando en otras patologías como acné, forunculosis u otras condiciones similares, con las correspondientes secuelas y pérdida de calidad de vida para esta población afectada. Mi sentir seguramente no es ajeno al de otros colegas de mi generación que, como en mi caso, hemos aprendido más de la enfermedad en los últimos años, que han traído consigo un mejor entendimiento del comportamiento biológico y las diferentes formas clínicas, herramientas clinimétricas para medir la enfermedad de forma objetiva, imágenes diagnósticas y la aparición de terapias biológicas; elementos que de forma conjunta brindan una esperanza mayor en el principio de ventana de oportunidad, que consiste en que un diagnóstico temprano asociado a una terapia adecuada cambiaría sin duda el curso y desenlace de la misma (1).