Don Tomás Carrasquilla, que además de escritor fue sastre, vivió cinco guerras civiles: la de 1860 (liberales contra conservadores), la de 1876 (conservadores contra liberales radicales), la de 1885 (en la que los norteamericanos asesoraron a la Guardia Colombiana en los métodos del filibusterismo), la guerra de 1895 y al final la de guerra de los Mil Días (en la que se aprovechó para eliminar a los maestros que enseñaban a vivir según los métodos de Rousseau y Pestalozzi). Y ya en 1940, cuando estaba ciego y próximo a morir, se iniciaba esa guerra infame que se llamó la de la violencia en Colombia. Esto llevaría a pensar que la guerra y la condición carnicera del hombre habría sido el tema de Carrasquilla. Pero no, en su obra la guerra con sus explosiones y mutilados es apenas un trasfondo. Todo parece indicar que no lo sedujo la violencia evidente ni la anécdota nacida de ahí. Su campo temático es más trascendente. La violencia que narra Carrasquilla es más fina y cruel, como la que practica un libertino que evita manchar su traje de sangre ya que vestir bien también es un placer. Hablo entonces de la violencia moral que, si bien no mata gente, si la mantiene en el infierno en esta vida. Matar, en primera instancia, implica quitarle la vida a alguien. Unos matan con cuchillo y bala y así la vida orgánica desaparece. Otros matan con acciones y palabras y dejan vivas a sus víctimas, pero ya sin vida (anulados como sujetos). Como decía Thomas de Quincy, el asesinato debe ser considerado como una de las bellas artes. Para matar a otro no hay que quitarle la vida, simplemente hay que partirle el alma y dejársela podrir.
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History and Politics in Latin America
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FuenteUnaula. Revista De La Universidad Autónoma Latinoamericana