En la vida del niño son numerosas las influencias que se proyectan en él, tanto en su socialización primaria como en la secundaria. En efecto, los roles y funciones que va adquiriendo poco a poco en la familia y, posteriormente, en la escuela y en el barrio, juegan una importancia fundamental en la estructuración de su subjetividad y en la de su intersubjetividad para con su entorno. Se trata de una recíproca relación entre él y su contexto, en donde deberá fortalecer su seguridad para la constitución del yo, a la vez que aportará con su creatividad y compromiso al espacio social en donde se sumerge con plena intención, abocándose a su identificación y constante integración. La niñez se ve atravesada por una performatividad que repetirá un proceso dicotómico en torno a la diferenciación social de los sexos que tanto el niño como la niña irán interiorizando bajo el rótulo de lo normal, llegando a perennizarse hasta llegar a la adultez, en donde el individuo se amalgama a una serie de rituales y convergencias de diversa índole. Vale destacar que, de acuerdo con el contexto y sociedad a la cual nos vayamos a referir, esta suerte de performatividad tendrá diversos caminos y resultados en la persona. El caso latinoamericano, por ejemplo, y con mayor particularidad el peruano, refleja el modo en que se inhiben una serie de comportamientos bajo la dicotomía de los sexos aplicados a la identidad de género, la cual resultará acaso la primera aproximación hacia lo que entendemos como socialización.