Los desplazamientos conceptuales que el patrimonio ha sufrido desde mediados del siglo XX han significado importantes transformaciones en la valoración simbólica de bienes culturales que, progresivamente, significaron la extensión y democratización del campo patrimonial. La redacción de la Carta de Venecia en 1964 significó que los criterios de valor patrimoniales comenzaran a desprenderse de la monumentalidad, la belleza y la antigüedad para incorporar una mirada antropológica que reconoce y vincula el patrimonio con los sujetos sociales que le dan vida como testimonio de su cultura y el territorio que habitan.