El glifosato es un herbicida de amplio espectro no selectivo y sistémico, cualquier planta puede absorberlo a través de sus tejidos. Su función consiste en destruir las plantas consideradas “malas yerbas” por los agricultores, es decir aquellas que “roban” espacio, luz, agua y nutrientes a la siembra. Otro de los usos del glifosato ha sido la aspersión aérea del químico para combatir cultivos de coca, amapola y marihuana, en países como Colombia, lo cual ha terminado por afectar la biodiversidad de áreas selváticas, al impactar más allá de las especies y los cultivos que son objetivo En el año 2015, la International Agency for Research on Cancer, concluyó que el glifosato es una sustancia probablemente cancerígena, a pesar de que algunas agencias, como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), han dicho que no implica un riesgo y otras han minimizado los peligros, siempre y cuando se use “apropiadamente”, como la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (US EPA). En el presente artículo se revisan estas posturas a la luz de estudios científicos que han evaluado el impacto del uso del glifosato sobre la salud humana, especialmente como agente potencialmente cancerígeno.