EditorialEn otras palabras, casi lo mismo R eflexionar sobre la traducción en un momento histórico como el nuestro es mucho más que hablar de equivalencias absolutas o de puentes y espejos.Traducir es, en mi opinión, una actividad fascinante, porque nos obliga a plantearnos cuestiones éticas, por su íntima relación con la semántica, la filosofía, la sociología y en general la epistemología de una época y de una cultura.El ser humano accede a la realidad a través de traducciones, de versiones de realidades provisionales, coyunturales, interesantes e interesadas, que se van contextualizando, rectificando y traduciendo continuamente con los trayectos hermenéuticos y éticos de la persona.Como dice el antropólogo Lluís Duch en Mito, interpretación y cultura, si vivir es hablar, y hablar es traducir, resulta evidente que vivir es traducir.