La filosofía de Carlos Díaz es “pobre”. La soberbia del sistema es abandonada en su obra del mismo modo que es abandonada toda ideología. Por eso su obra no se cierra sobre sí misma. Quien busque riqueza sistemática ha de buscar en otras fuentes, porque lo que ofrece nuestro autor no es el autoengaño diabólico del “seréis como dioses”, sino el conocimiento real y, por tanto, pobre del que admira y recrea: el del siervo. Su filosofía tiene principios, por eso también es pobre. Si estuviese colmada de riquezas se movería en la infinitud de las ausencias, en la insoportable inagotabilidad de los relativismos, que no afirman sino para poder estar constantemente de moda a la sombra de quien mejor cobija. Pero el que dice adsum, “aquí estoy”, sólo cuenta con la indigencia de la presencia y con la miseria de lo permanente. Su pensamiento ha renunciado a toda perversión de lo infinito: al materialismo, al cientificismo, al yo, al dogmatismo... por eso ha podido intuir el auténtico Infinito.