De no mediar una mayúscula sorpresa, el Perú se apresta a vivir por primera vez en su historia un tercer periodo democrático continuo. Las luchas sin cuartel de los caudillos y los sucesivos golpes de Estado cancelaban, cada tanto, los intentos por sembrar en la república ideas e instituciones democráticas. La herencia, obviamente, no podía ser otra que una sociedad desigual, con sectores ajenos al modelo político y económico, un Estado que no termina de cambiar y una cultura política sin los nutrientes necesarios para impulsar un proyecto democrático auspicioso.