Partiendo de la historia, me devuelvo a ella, después de un largo peregrinaje por el mundo del imaginario. Así, cuando me dejé seducir por la historia del imaginario, no incluí desde un comienzo a la historia entre los campos susceptibles de ser interpretados también por este. Me han preocupado, en primer lugar, las ficciones cósmicas, luego, el impresionante arsenal del “fin del mundo”. Me detuve sobre el experimento comunista, apreciado como mitología científica materializada. He seguido la gama de las creaciones biológicas, las reglas con las que se inventan los “hombres diferentes” o que devienen “diferentes”, los hombres como cualesquiera otros. Estos caminos a través del imaginario me pusieron frente, de hecho, a una verdad simple, tan simple que casi no la tomo en cuenta: aquella de que todo pasa por nuestra mente, a través de nuestra imaginación, desde la más sumaria representación hasta las más sabias composiciones. ¿Qué otra fuente podría existir? Pero lo que imaginamos no es nunca gratuito. No existe ficción carente de sentido. Incluso, hasta en los planetas más alejados, proyectamos las esperanzas, los prejuicios y nuestras ilusiones, nuestras ideologías, nuestras preocupaciones corrientes (Lucian Boia). La veintena de capítulos de este libro son una especie de paseo, con aparente libertad de selección y tono– a veces con aparentes rodeos y/o apartes - pero en el fondo con una sólida organización demostrativa y pedagógica cuando se los mira retrospectivamente. No están pensados y escritos con la seriedad (no pocas veces pesada) del magisterio y de su voluntad (¿a la fuerza?) demostrativa. Dan más bien la impresión de que los diversos temas tratados surgen como recuerdos de los problemas que un profesor universitario ya retirado se rememora a la vez recordando sus propias interrogaciones, sus entusiasmos o sus dudas y el balance que la edad y su posición académica actual le permiten con una relativa serenidad matizada a veces de algo que se parece a la ironía y tal vez a la auto-ironía. El título y el subtítulo del libro ya indican también otras de sus tonalidades esenciales. El juego con el pasado. La naturaleza polisémica de la palabra juego ya de por sí abre muchas puertas y desde el inicio deja al lector ante dudas (o sospechas) que el autor ira aclarando, pero en una especie de diálogo con el lector, un compañerismo siempre benevolente y nunca ex cátedra (Bernard Lavallé).