El traductor es un mecenas de la obra. Este acepta una invitación a reescribir y repensar la obra en otro sistema de convenciones. La lengua recelosa niega sus secretos en el arduo proceso de reinventar una obra en otro idioma que no es el original. Muchas obras literarias han sido víctimas de las inclinaciones de sus traductores y editores, siendo amalgamadas con propósitos quizá disímiles a los del autor.