Tras un año y medio de la pandemia, en el que los esfuerzos se han basado fundamentalmente en evitar el colapso de los hospitales y el desarrollo de vacunas innovadoras en tiempo récord, ha aparecido una consecuencia preocupante: las secuelas clínicas entre los supervivientes de esta enfermedad. A partir del abrumador número de personas infectadas (más de 430 millones de personas hasta febrero de 2022), era posible predecir que un porcentaje significativo de ellas iba a desarrollar secuelas, lo que les dificultaría reintegrarse al trabajo, con sus familias y a la sociedad. Por supuesto, no todas las personas infectadas presentaron secuelas; sin embargo, las probabilidades son significativamente mayores para los afectados por las formas más graves de la enfermedad, como los que sufrieron el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA), y particularmente aquellos con comorbilidades, así como los adultos mayores. En los últimos meses, este tema ha sido tan importante que ha aparecido un nuevo concepto relacionado con la persistencia de los síntomas durante más de tres meses: COVID persistente, o "COVID largo". Esta nueva condición nos permite pensar en el COVID persistente como una enfermedad crónica; por lo tanto, la rehabilitación adquiere un papel aún más preponderante por la duración de las secuelas y por los diferentes sistemas involucrados.