Para contar el mundo hay que aprender a sentirlo, escucharlo, verlo e imaginarlo. La imaginación en sí misma es una forma de narrar y de reivindicar otros espectros de realidad; lo que le otorga un carácter identitario a lo contado es cómo la imaginación logra conjugarse con las palabras y de paso delimita esa poética que hay en cada forma de estructurar aquello que se quiere gritar con símbolos. La antropología en Colombia ha tenido que aprender a escribir en los ritmos que cada partitura de violencia ha sabido componer: una etnografía de la violencia va más allá de nombrar duelos.