La medición y análisis de la calidad de las publicaciones científicas es de fundamental importancia para evaluar el progreso e impacto de investigadores, grupos de investigación y revistas científicas en la comunidad académica y la sociedad (1,2). Tradicionalmente, la evaluación se encomendaba a pares de reconocida trayectoria, idoneidad y prestigio. Sin embargo, para eliminar subjetividades, desde hace varios años se ha recurrido a indicadores bibliométricos que propenden por una calificación mensurable, objetiva y multidimensional (1,3). 
 Los indicadores bibliométricos (IB) pueden definirse como cuantificadores de información bibliográfica, disponible en documentos científicos y académicos, susceptible de ser analizada en términos de producción y consumo (1,2). Existe una variada tipología de IB (1,2) en función del objeto a examinar (investigador, revista o grupo de investigación) y que en algunos casos son transversales a este. Así, los indicadores personales (edad, sexo y antecedentes de los autores) solo aplican a investigadores o grupos, mientras que los de productividad e impacto aplican también a revistas. Para estas, el indicador de productividad (cantidad) y, aún más, el de impacto (“calidad”) son rutinariamente empleados para clasificarlas y compararlas con el propósito, cada vez más controversial, de medir su pertinencia y relevancia académica y/o social (4).