La filosofía –y, en particular, la Bioética- en clave de la persona reconoce a la vida humana un valor que, sencillamente, no alcanzan a captar otras reflexiones o concepciones filosóficas. Se trata, como es lógico, del valor característico de la persona: el valor de “lo único”, esa singularidad o unicidad, esa diferenciación o distinción propia de lo personal. Para describir esto mismo se ha hablado de “lo irrepetible”, de lo no numerable, lo no intercambiable, lo no fungible, lo incomparable; de aquello que no puede ser substituido por otro, lo que no admite reducción a lo impersonal o cósico, lo que resulta “irremplazable” (tal como ha enseñado, con extrema profundidad, Emmanuel Lévinas , autor en quien se inspira este estudio).