Borges me pone la piel de gallina. Hay un cuento, de mis preferidos, el título es “Tres versiones de Judas”. En la penúltima página, dice – creo, cito de memoria- “Dios se hizo hombre hasta la infamia. Pudo elegir para salvarnos cualquier destino. Puedo ser Alejandro, Pitágoras o Jesús. Eligió a Judas”. Comienza desde unos centímetros debajo de los codos, en el “pudo”. Cuando leo el final del acento de la “ó” y “a Judas”, los brazos, completos, debajo de los bíceps, donde me encanta que me acaricien, se estremecen, como si algo me hubiese picado, como si estuviera hundida en la nieve o saliendo del mar sin calor. Comienzan a moverse todos mis pelos y quedan erguidos y suaves, vibrando, como las cuerdas de mi violín después de frotarlas con resina. Dura eso. Eligió a Judas. Después leo y leo esa frase. Me gusta repetir.