La educación está en crisis.Quienes somos formadores de científicos, ingenieros y tecnólogos ya no podemos desentendernos de nuestra responsabilidad en dicha crisis, y mucho menos seguir haciendo lo que hacemos, es decir, dictar cursos sin reflexión, sin crítica y sin una valoración conceptual de los contenidos que ofrecemos.No podemos (no debemos) presentar una introducción a la biología celular, o a la mecánica básica, por ejemplo, sin saber por qué y para qué estas materias están siendo ofrecidas a quienes serán nuestros estudiantes, o ignorando la posición que juegan en el plan de estudios y en el porvenir profesional del aprendiz.Seguir llenando tableros y cuadernos de enunciados y fórmulas, desarticulados desde el punto de vista del proceso global de formación, es darle sustento a una actitud perezosa y acrítica de los estudiantes, que salvo en casos excepcionales, no terminan nunca de entender, volviendo al ejemplo, que el flujo de concentración en la membrana de una célula y el impulso lineal de una partícula, se modelan con la misma idea de derivada.Debemos reflexionar nuestras acciones docentes.Es decir, destacar los aspectos culturales de los contenidos que dictamos.Olvidar que las leyes o teoremas que conforman los discursos científicos son producciones culturales, con su historia y evolución conceptual, es negarle a quien los aprende la sola posibilidad de participar, en tanto que ser humano, del proceso de enseñanzaaprendizaje: participa, a lo más, como "alumno," que etimológicamente remite al que carece de luz, a quien vive en la oscuridad, que es bien diferente de quién busca claridad, de quién pregunta, ¿qué es la luz?Sin reflexión, el proceso de enseñanzaaprendizaje no invita al proyecto general de