Toda persona como ser integral tiene dentro de sus dimensiones la espiritualidad que, al percibirla cotidianamente, le permite vivir plenamente y gozar de un estilo de vida saludable. Se requiere, para adquirirla, una actitud de profundidad íntima y arraigada en la conciencia o percepción de sí mismo, para lo cual, el ser humano puede cultivando su dimensión espiritual dándole importancia durante su ciclo vital a su identidad como persona, a su existencia, su trascendencia, su libertad y su vocación, que concretan el quehacer de la vida personal. De igual forma, sus creencias, sus esperanzas, el cuidado de sí, el sentido para cada acción y las relaciones interpersonales, determinan la realización de cada Ser, le imprimen el sello de ser espiritual. En la situación de crisis o enfermedad, se agudizan sus perplejidades de la vida, sus cuestionamientos de realización personal y es allí donde afloran unas necesidades espirituales que requieren ser atendidas para darles respuesta y solución a posibles conflictos personales o de trascendencias que impiden una paz interior y un desenlace final feliz. En el aspecto de la salud, prima la espiritualidad con lo que el enfermo manifiesta el sentimiento de sí y busca información de todo tipo para hacerse a la idea de lo que ha sido y en quién se va a convertir, por lo que necesita orientaciones para el acompañamiento espiritual que busque su propia aceptación, su situación presente y lo lleve a una trascendencia con esperanza de una muerte digna y tranquila.