El curso de Israel y del Medio Oriente en los últimos veinte años es un tema apenas comprensible si se subestima la conspicua presencia de Benjamín Netanyahu -popularmente llamado Bibi-en este escenario.Se trata de un importante y elocuente actor en un país que revelaba hasta la irrupción del Covid-19 en los primeros meses de 2020 avances económicos, tecnológicos y militares sin relación alguna con sus estrechas dimensiones geo-demográficas.En efecto, con un territorio que apenas equivale a la mitad de Costa Rica y una población -algo más de nueve millones-inferior a la de algunas capitales latinoamericanas, significativamente fraccionada según origen étnico, credo religioso y convicciones políticas, Israel ha alcanzado un alto ingreso por habitante -43 mil dólares-similar al de algunos países miembros de la OECD.Por añadidura, los entendimientos explícitos o informales de Israel con países geográficamente cercanos -Egipto, Jordania, Arabia Saudita, Bahréin-tienen hoy significativa expresión en la esfera económica, militar y política.En paralelo se verifican desde hace tiempo nerviosos episodios militares y cibernéticos en el tramo Jerusalén-Damasco-Teherán susceptibles de conducir a un cruento conflicto que podría asumir pautas violentas no convencionales.En suma, dispares escenarios que en estos días remodelan el Medio Oriente.Por otra parte, la cercana