La contribución bakuniniana en teoría política remite a una postura autogubernativa centrada en la autonomía de los individuos y las agrupaciones pequeñas para definir sus fines colectivos y para articularse federativamente, postura justificada en lo filosófico a partir de un materialismo objetivista que concibe un instinto libertario natural en el ser humano. De manera sorprendente, sin embargo, a la hora de la praxis Bakunin se sitúa en las antípodas de su propio presupuesto, abrazando un elitismo condensado en una “plana mayor revolucionaria” que se designa a sí misma, actúa desde arriba y no rinde cuentas. Así, Bakunin fracasa en resolver la antinomia entre autogobierno y jerarquía debido a sus fundamentos filosóficos intuicionistas, que lo llevan a sentirse en posesión de la verdad acerca de la naturaleza humana y lo enceguecen respecto de la única mediación posible: la que ofrece la tradición del republicanismo popular y democrático.