Este artículo plantea antecedentes de la estética del silencio como necesidad del ser humano de decir lo indecible y atestiguar las limitaciones e insuficiencias del lenguaje. Primero, rastrea la herrumbre de los signos como marca del escritor al que le faltan o no le alcanzan las palabras. Luego, plantea la crisis del lenguaje como fenómeno en el que la imagen del mundo ya no se puede aprehender solo a través del código lingüístico. Como conclusión, se concibe a la sociedad contemporánea como una «tribu» enmudecida y ensordecida que tiene a la imaginación como último recurso para poder decir lo indecible.