La educación constituye la gran apuesta y el desafío de la sociedad por un mundo mejor. Desde su naturaleza, la educación supone un cambio en el sujeto que trasciende los planos del saber, el hacer y el ser, exponiendo hoy la necesidad del desarrollo de su saber hacer y su saber ser. Así, la educación está llamada a abordar y a ser abordada desde la complejidad del conocimiento, del individuo y del contexto en que éste se desenvuelve. Inevitablemente, el modelo educativo, las prácticas pedagógicas y el concepto de la calidad educativa deben evolucionar, generando metodologías e instrumentos novedosos que garanticen la formación integral del educando y su participación activa en la transformación de la sociedad. Consagrada como un derecho fundamental, la educación alcanza diferentes roles según la óptica desde la cual se observa: es formación en conocimientos, es derecho y deber, es servicio público, es medio y fin. La educación está presente en el desarrollo humano a lo largo de la vida, pero adquiere especial importancia en la infancia, momento en que el individuo no sólo construye las bases de la estructura de su pensamiento, sino que también se aproxima por primera vez a la realidad que le rodea, tan compleja como su naturaleza misma. Por ello, desafíos como la pertinencia educativa, la comunicación entre disciplinas y la superación de los vacíos de conocimiento que persisten, han conllevado a cuestionar la especialización como enfoque educativo, sugiriendo la necesidad de flexibilizar los saberes. Específicamente, la educación de la infancia demanda un modelo educativo apoyado en el pensamiento complejo, que no desligue el saber de la experiencia, que propicie en el niño la generación de estrategias de autoaprendizaje a través de las cuales comprenda su entorno y adopte una posición crítica frente a éste.