Se asocia la ciencia con un tipo de conocimiento caracterizado por ser racional, universal, objetivo, lógico y neutral, en tanto permanece aislado del contexto histórico y social en el cual se desarrolla; sin embargo, los postulados de Popper (1934) y de Kuhn (1962) representan una ruptura dentro de este pensamiento positivista hegemónico y suponen entender el conocimiento como situado, histórico, permeado por la subjetividad de quien se aproxima a él, diverso e ineluctablemente vinculado al poder. En esta misma línea, el modelo de espacios controversiales de Nudler (2002) hace una contribución en cuanto a la dinámica del conocimiento, introduciendo la controversia como mecanismo de progreso epistémico, para ampliar la comprensión de la realidad que incluiría como foco a la mujer. El feminismo se presenta entonces, como alternativa para vindicar la lucha de las mujeres por ser reconocidas como sujetos de saber y de derechos, con las libertades que ello supone y que, históricamente, les han sido negadas. Esta pretensión encuentra asidero en las epistemologías del Sur (Santos, 2010), pues a partir de la lógica del reconocimiento de la diversidad de saberes, se puede abordar la complejidad del sujeto de estudio y comprender el lugar que ocupa el género en los procesos de construcción del conocimiento, al que se le reconoce su potencial emancipatorio.