Helicobacter pylori es un bacilo, microaerófilo y agente etiológico asociado con la enfermedad ácido-péptica en humanos. Actualmente se le conoce responsable del 85-95 % de las úlceras duodenales, 70- 80 % de las úlceras gástricas y tiene protagonismo relevante en el 60- 70 % de los casos de cáncer gástrico, neoplasias más frecuentes a nivel mundial (1,2). En zonas costeras de Colombia (Barranquilla, Cartagena y Santa Marta), un estudio realizado a partir de biopsias gástricas reportó una frecuencia de infección por H. pylori de 77,9% (3). El riesgo de desarrollo, distribución y la severidad de las patologías relacionadas con infección por H. pylori depende de una variedad de factores: la patogenicidad y virulencia de la bacteria, la susceptibilidad del huésped y el nivel socio-económico, entre otros (4–8). Hoy se emplean diversidad de técnicas para el diagnóstico del H. pylori: cultivos microbiológicos, estudios histopatológicos, test del aliento, test rápido de la ureasa, test serológicos, test de antígeno en heces y más recientemente pruebas moleculares de ADN y ARN. Sin embargo, las técnicas convencionales se caracterizan por su complejidad, escaso valor predictivo y costos elevados (9–11). La PCR es la prueba molecular más extensamente usada por su sensibilidad, especificidad y aplicabilidad para detectar microorganismos de difícil aislamiento, como es el caso de H. pylori (12).