Este artículo no versa sobre la apología pascaliana del cristianismo, no al menos en tanto tal, sino sobre aquello que ese sujeto inquieto, falto de infinito, que es Blaise Pascal, puede decirnos sobre la relación entre la inquietud y el deseo. Nos interesa aquí Pascal, también, porque sus textos, en su fragmentación misma, permiten pensar las aporías de un sujeto que llamamos, por hábitos académicos, pero también políticos, moderno, arropando bajo ese término un tiempo donde Dios se ha hecho presente, ante todo, como falta.