En Colombia, hacia mediados del siglo XX, la universidad tuvo una enorme responsabilidad frente a los diversos hechos y fenómenos sociales que se fueron presentando. Por ello, se esperó que contribuyera a la solución de los diferentes conflictos y problemas nacionales que amenazaban de diversa manera la estabilidad del Estado, a partir de situaciones de violencia política y crisis económica. Aquí se dirigía la postura: “ante este ciclón que amenaza, la universidad está llamada a rescatar a la nación de tan triste situación […] El analfabetismo crónico en Colombia ha permitido este desequilibrio, y si no existe preocupación alguna por semejante falla, el camino hacia el desorden es inmediato. Solo a través de la educación y de las energías y dineros que a ella -la educación- se consagren puede aliviarse tal estado de cosas” (“Educación de la Juventud”, 1954). En ese sentido, la mujer estuvo llamada a reconocer su papel a través de respuestas a los retos planteados, con miras a generar procesos de desarrollo para la generación de nuevos conocimientos.