En la cosmovisión de una sociedad capitalista y antropocéntrica el paisaje es tanto territorio a poseer como imagen consumible, por lo tanto alberga códigos y huellas de nuestra actividad sobre él. Bajo este prisma, el paisaje se transforma en la ventana que nos muestra las relaciones que hemos tenido y tenemos sobre él, es un indicador real que nos alerta de los cambios fruto de nuestras acciones. Así mismo, es una herida abierta que habla de pasados, presente y futuros. El paisaje, por esta misma razón, es a su vez susceptible de transformarse en un territorio fértil para las prácticas artísticas de conciencia ecológica y nos sirve como escenario pedagógico desde el cual reflexionar.