El trabajo con “el otro” es hoy ampliamente explorado en las prácticas artísticas. En países como Colombia, marcados directamente por un conflicto interno de varias décadas, la relación entre el arte y la comunidad se ha pensado muchas veces en términos de resiliencia y reconstrucción del tejido social. Se ha convertido casi en un lugar común asignarle al arte la capacidad de nombrar los traumas y de reparar a través de la narración simbólica lo que la violencia ha roto. El arte adquiere, así, un valor casi terapéutico que transforma al otro y que tiene un profundo impacto en el autor que desarrolla la práctica. El presente artículo de reflexión se concentra en este último punto: ¿qué implica para aquel que asume el rol de creador la experiencia de trabajar con otros? A través de un análisis de la noción de producción en el ámbito del arte, me interesa pensar cómo se redefine la práctica artística al enfrentarse directamente a la alteridad radical, más allá de los relatos de lecciones de vida personales y de posibles transformaciones subjetivas para los artistas.